CAZADORES RECOLECTORES DE SANTA TERESITA

Jueves 07:00 am

Tuvimos tres días de lluvia. Así no es divertida la playa. Haber viajado tantas horas, con calor en el auto, y pasar las vacaciones lloviendo… no me gusta. Igual, la familia estuvo tranquila, adentro de la casa, encerrada. Jugaron cartas, dados, conversaron y durmieron. Esperaban, ansiosos, que pare de llover, porque cuando eso ocurre, salen de cacería. El objetivo: CARACOLES

La cacería se hace cada verano, cada febrero en familia en Santa Teresita. “Es un ritual”, dicen los viejos. Cosas de la guerra. Se madruga. Se organiza. Mamá, papá, abuelos, tíos y primos, todos salen juntos a la búsqueda. Yo... esta vez, los voy a acompañar. Voy a cumplir diez años, puedo hacerlo.

8:00 am

Las calles de arena todavía están húmedas. No hay muchas casas en la zona, y no todas están habitadas. Es tan temprano que muchos deben estar soñando. Silencio. Cada tanto a lo lejos escucho ladrar un perro. Hace frío y no puedo meter las manos en los bolsillos porque llevo una bolsa, una cualquiera que me dieron. Ahí debería meter los caracoles que encuentre. Siento cosas raras. No sé si me voy a animar.

8:20 am

¡Encontramos una pared repleta en un terreno baldío! Los caracoles se acumulan en los ángulos. Parecen ramos de pimpollos apretados. Están reunidos. Ellos también deben estar soñando. Se desperezan. Algunos todavía duermen y están metidos dentro del caparazón. No saben lo que va a pasar.
Me acerco a unos amontonados cerca del suelo. Estoy en cuclillas y el borde de mi vestido toca la tierra y se ensucia, pero no importa. Estoy hipnotizada por las espirales de cientos de caparazones juntitos. Los miro. Son lindos. Todavía no atrapé ninguno. “¡¿Y vos qué esperas?!”, gritó mi tía. Despliego dos de mis dedos y los apoyo despacito sobre el caparazón de uno. Es suave y rígido como una cáscara de huevo. Tironeo para sacarlo de la pared pero está tan pegado... muy pegado. Tendría que hacer fuerza, arrancarlo. Empiezo a sentir que estoy haciendo algo mal. Algo mal con la vida de un caracol. “¡Lo que pasa es que no tengo fuerza, tía!”, le respondí, y lo dejé, tranquilo, dormir.

10:15 am

Ya estamos de vuelta. Se juntan los caracoles de todas las bolsas, se ponen en cajones preparados especialmente para ellos. Los habían pedido en la verdulería. No cualquier cajón. No los de tablas separadas porque en esos se escaparían. Para evitarlo, además, lo cierran con un rectángulo de alambres, como los de las puertas para mosquitos

Durante algunos días, los van a alimentar. Harina de maíz primero. Harina de trigo después. Los caracoles van a comer y harán caca cada vez más blanca. “Se purgan”, dice la abuela... y en una semana, más o menos, en la cocina habrá una olla enorme y plateada sobre el fuego. Un cilindro metálico. Una trampa fea... “El secreto es la salsa”, es un mantra que cada verano se graba en la genética cazadora recolectora. Y el agua... “tiene que estar hirviendo, recién ahí los tirás. Si el agua no está hirviendo se van, empiezan a trepar la cacerola queriendo escapar.” Y como cada año, la mesa será larga. Estaremos todos, apretados, amontonados. Listos para almorzar. Cada uno tendrá enfrente un plato lleno de caracoles en su salsa. El aroma de la casa se parece al de la casa de la abuela cuando hay pastas… pero en el plato hay otra cosa. Mientras comen nadie habla, pero se escucha un ruido, un ruido de sorbo, depende la estrategia:

Estrategia #1:
Se agarra del caparazón, se mete un escarbadientes por la abertura, se pincha en cuerpo y se saca. Una vez en el palillo, se abre la boca, y se come.

Estrategia #2:
Se agarra del caparazón, se acerca la abertura a la boca y se sorbe fuerte, con fuerza, ruidosamente, hasta que el cuerpo pasa de golpe a la boca, y se come.

Mis abuelas dicen que durante la guerra se cocinaba con lo que había. Que hay sabores que traen recuerdos. Que los rituales unen y guardan la memoria.
Un tenedor delante de mi cara con un caracol pinchado. No. Yo no. Jamás voy a comerlos.

7 comentarios:

  1. Recuerdo rescatado del Paleolítico:
    Soy un niño, llueve, miro la lluvia desde una ventana de la casa de mis abuelos en el pueblo.
    Vacaciones de verano.
    Deja de llover.
    Mi abuela me lleva a un huerto cercano.
    Llenamos de caracoles un cubo grande.
    Fin del recuerdo.

    Beso.

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  2. Durante muchos años les tuve mucha aprensión. Nada de buscarlos, cogerlos y menos comerlos. Aunque ya mayor, un buen día los probé y me gustaron, entonces pase a ser un recolector, depredador en épocas de lluvia en el campo.
    Saludos.

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    1. Yo todavía no me animé! :) Quizás un día
      Gracias por tu comentario Alfred!
      Abrazo

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  3. Me encanta que, quienes leen este texto, me cuenten sobre sus propias experiencias cazadoras recolectoras
    GRACIAS!!

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