Probamos más de noventa formas de llorar y solo trece
formas de llover. Elegimos cómo derrumbarnos,
como fallar o desprendernos, cada eclosión estelar,
y cada forma de alzarse luego. Del capullo,
un espacio de silencio. Y tuvimos menos
de seis formas de decir y tantas de nacer. No llovió.
Dejamos inundar las cuencas de antiguas crecidas.
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