El malestar en las fiestas. Que contradictorio. Cambian las fiestas. Sufren sus metamorfosis.
Hay dos caminos:
discutir
volar
Olor a Coca Cola.
Alguien desenrosca una tapa y pss, el olor alcanza las narices de la mesa.
Mi nariz.
Olor a Coca Cola.
Muchas veces lo sentí pero esta vez no sé con qué hilos la historia se enredó en el camino y me arrastró hasta la casa de Tropezón. Euforia mundialista del 78. Mis ojos apenas llegan a la mesa. Flashes discontinuos en mi memoria.
Llega el tío Antonio. Trae Coca Cola.
De vidrio. En esa época eran de vidrio y con cintura de avispa. La tapa era una chapita ajustada al pico, y no existía todavía ningún sistema de rosca desenrosca. El pss se lograba con un destapador metálico y fuerza.
Papá engancho el destapador en el borde de voladitos puntudos de la tapa. Listo. Olor a Coca Cola
Sigo la escena parada cerca de la botella, desde un ángulo mucho más bajo que la línea promedio de las otras miradas
Se dobló un poco la chapita, y no importa porque acá está, en mis manos, lo que yo estaba esperando: la figurita.
Venía adentro, en el interior de la chapita, era una gomita redonda que cubría el reverso.
La acerco a mis ojos.
Olor a Coca Cola
Le clavo la uña, intento arrancarla. Hay que despegarla con cuidado porque a veces está muy agarrada y se rompe. Mamá me ayuda.
Me salió la imagen del Gauchito Mundialito, mascota oficial del Mundial. No recuerdo ninguna otra. Solo esa. Quizás porque era la más simbólica. Esa. La que vino con mi tío Antonio, a mi casa de Tropezón, donde la euforia de un mundial de terror unía a mi familia frente a la tele. Y separaba a otras. Hoy lo sé. Ella no lo sabía
Hay dos caminos:
discutir
volar
Olor a Coca Cola.
Alguien desenrosca una tapa y pss, el olor alcanza las narices de la mesa.
Mi nariz.
Olor a Coca Cola.
Muchas veces lo sentí pero esta vez no sé con qué hilos la historia se enredó en el camino y me arrastró hasta la casa de Tropezón. Euforia mundialista del 78. Mis ojos apenas llegan a la mesa. Flashes discontinuos en mi memoria.
Llega el tío Antonio. Trae Coca Cola.
De vidrio. En esa época eran de vidrio y con cintura de avispa. La tapa era una chapita ajustada al pico, y no existía todavía ningún sistema de rosca desenrosca. El pss se lograba con un destapador metálico y fuerza.
Papá engancho el destapador en el borde de voladitos puntudos de la tapa. Listo. Olor a Coca Cola
Sigo la escena parada cerca de la botella, desde un ángulo mucho más bajo que la línea promedio de las otras miradas
Se dobló un poco la chapita, y no importa porque acá está, en mis manos, lo que yo estaba esperando: la figurita.
Venía adentro, en el interior de la chapita, era una gomita redonda que cubría el reverso.
La acerco a mis ojos.
Olor a Coca Cola
Le clavo la uña, intento arrancarla. Hay que despegarla con cuidado porque a veces está muy agarrada y se rompe. Mamá me ayuda.
Me salió la imagen del Gauchito Mundialito, mascota oficial del Mundial. No recuerdo ninguna otra. Solo esa. Quizás porque era la más simbólica. Esa. La que vino con mi tío Antonio, a mi casa de Tropezón, donde la euforia de un mundial de terror unía a mi familia frente a la tele. Y separaba a otras. Hoy lo sé. Ella no lo sabía