25.1.19

SUEÑO DE UNA MUÑECA

 
 Austria,  mediados de Febrero de 1923

Victoria es un lindo nombre. Lo busqué en el diccionario. Proviene del latín y significa:

1- Superioridad o ventaja que se consigue del contrario, en disputa o lio. 
2- Vencimiento o sujeción que se consigue de los vicios o pasiones.
3- interjección para aclamar la victoria que se ha conseguido del enemigo.

Me gusta lo que significa así que decidí llamarme así.

Descubrí que el primer paso para crear algo es ponerle un nombre, que una palabra es como un pájaro que cuando se posa, crea. Si algo no se llama, no existe en este mundo.

¿Por qué nunca me pusiste un nombre, Amanda?




**
Austria, fines de Febrero de 1923

Hola, a veces te extraño.
Estoy viviendo experiencias fabulosas, conociendo paisajes soñados, personas increíbles y es en esos momentos donde me gustaría que estés cerca para contártelo en la cara, pero debo conformarme con escribirte, cosa que me aburre un poco.

Es... marchitante depositarme en un rincón y redactar vivencias extraordinarias en un papel que no me responde ni se ríe ni me mira. ¿Y llaman a esto correspondencia? Corresponder es pagar con igualdad, relativa o proporcionalmente, afectos, beneficios o agasajos; atenderse y amarse recíprocamente  ¿y quién me garantiza que vos al leerme, sentirás este placer y este amor que siento yo por lo que estoy escribiendo? Una carta no es correspondencia, es otra cosa. Pronto le encontraré un nombre mejor. Porque si nombrar es crear, renombrar es cambiar el mundo.

Bueno me voy, porque estuve mucho tiempo sentada y me recuerda cuando estaba en la sillita rosa de tu habitación, mirando la misma tacita de tecito durante horas, que se hacían días que se hacían meses que se hacían años hay por Dios… cuando vi el tren pasar por la ventana me subí sin dudarlo.

Al final no te conté nada.
Estoy feliz y ojalá vos también lo estés, o no… en realidad no me importa.

Adiós

Victoria.

23.1.19

Escena a pinceladas


Blanco blanco blanco gris
y gris y sombra
de sombra oscura gris
de sombra siempre y gris
y un solo trazo 
de sombra diagonal
desciende sombra en la pared 
verde agua
agua lejana y descascara
el gris de verde, verde sombra
y diagonal sobre la mesa
y sol y sol y lleno de sol en la penumbra
gris silencio y verde cáscara
en los girasoles del mantel
Y nadie, ni gris ni blanco
ni luz en los grises del agua verde
amarillento del mantel lejano
de la pared diagonal de gris y gris
dos sillas blanco y blanco agua
dos sillas solas arrimadas 
a la mesa verde cáscara 
sobre el mantel 
amarillento y nadie
nadie sombra
nadie gris.

20.1.19

***

Un recuerdo 
es el flash de una foto perdida 
abajo de los párpados

¿Cuántas veces morimos en un sueño? 
¿Cuántos sueños soñamos en una muerte? 



El olor me despierta. Mamá cocina estofado. Corrijo. Mamá cocina el mejor estofado. Rojo como la sangre enamorada, donde la carne no se corta, se desgarra y se deshace contra el paladar con un simple movimiento de la lengua. Estofado con fideos y pan caliente. Me suena la panza. Ya voy. Ya me levanto. 

El olor me despierta. Un colmillo grueso, amarillento. Podría ser un vampiro pero son perros.

Un ruido me despierta. Mamá abre la puerta y mira si duermo. Estoy cansado. Cierra. Sé que mamá está muerta.  

Entra y me empuja con el hocico. Me caigo. 
Se pelean. Casi me muerden. ¿Por qué se pelean? No puedo ayudarlos. No puedo moverme. Grito, sueno afónico, no sueno. Ellos ladran, gruñen con furia. Tienen hambre. El colmillo amarillento se hunde en la nuca del cachorro, lo aprieta entre sus fauces y lo sacude en el aire. Revienta la sangre, le entra en los ojos y no le importa. Los demás hacen silencio, observan latentes, luego se acercan a comer. 

Mamá insiste en despertarme. Todavía no cerré los ojos. Delante de mí, la masa amorfa de pelos grises se sacude. Otro perro sigue la suerte del cachorro. Arrancan, trituran, se sacian, arrancan, trituran, se sacian, y así. La escena pasa rápido. Estamos en silencio. Las bestias se lamen, se limpian. Descansan. Se ven tiernas ahora, como la carne de mamá. Una ola espesa de sangre se acerca por el suelo hasta mi cara. Se detiene cerca. Dormimos. 

El olor me despierta. Es el aliento a cerveza de María. Se me hunde el estomago hasta la espalda cuando me besa con sabor a cerveza. Levanta el vaso y toma. La amo. Se pasa la lengua por los labios para sacarse los restos de líquido bendito y la efervescencia ocurre dentro de mí, María. La boca abierta del colmillo amarillo huele a putrefacción cuando se me acerca. Está sediento. Me toca con el hocico. Sabe que sueño. Me cuida de los otros.  

María quiere despertarme. Antes debo alimentarlos. Todos son míos.  

El olor me despierta. María está postrada. Está cagada y yo me quedé dormido. La gente siente asco de María cagada, se tapan la nariz, se escapan y no vuelven. Porque es vieja. Porque es frágil. Después de la operación María se caga y yo la lavo, la limpio, la cambio, la amo. Estamos viejos, María. Quisiera que todos los que se burlan se caguen encima, que caguen cada silla y cada cama en la que depositen sus sucios cuerpos. Que caguen. Que se caguen desnudos, que se caguen vestidos. Basuras de mierda.

No puedo alimentarlos. La rigidez de mi cuerpo es importante. Pobre mamá, quiere despertarme. El colmillo oloroso no deja que la masa gris apretada en sangre se me acerque. Sabe que sueño. Sabe que cuando deje de soñar van a comerme. La masa tiene cada vez más dientes. El gris es cada vez más sucio de sangre coagulada y podrida con un olor pesado como un gancho que se clava en mis fosas nasales y me despierta.  

El colmillo me pide que les dé el alimento. Los viejos lo necesitan, también los cachorros. Un baño, una galleta. Quieren que les abra, que los saque a pasear. No puedo. Están hambrientos. Él también. El olor a sangre y a mierda los pone nerviosos. Él es fuerte. Los que quedamos vivos, me dice, somos carne. Él va a cuidarme de los otros por eso quiere despertarme. 

Mamá abre la puerta otra vez, está enojada, me grita que me levante del suelo, me reta, nunca suelta el picaporte. María grita que me despierte. Todos gritan. Yo quiero acariciar el lomo del colmillo, su pelo duro por la sangre y la mugre, su pelambre de púas gruesas empastadas. Quiero besar su hocico. No quiero dejarlo acá. Quiero abrazarlo hasta aplastar su cuerpo mullido contra el mío, apretar su cabeza contra mis labios, que volvamos juntos, arrancarlo de esta escena de muerte. Quiero llevarlo conmigo, con mamá, con María, pero él todavía no está dormido.