Siempre me gustaron los edificios antiguos, la arquitectura clásica, los ambientes coloniales. Por eso elegí ese hotel.
La terraza tenía las paredes amarillas. No era un amarillo estridente, estaba gastado por la lluvia y la luz. Allí los atardeceres encendían anaranjados en el aire y los faroles negros pisaban una larga sombra. Estaba tan alta que tenía una excelente vista y una disposición que hacía que nadie, desde afuera, pueda verme.
La terraza tenía las paredes amarillas. No era un amarillo estridente, estaba gastado por la lluvia y la luz. Allí los atardeceres encendían anaranjados en el aire y los faroles negros pisaban una larga sombra. Estaba tan alta que tenía una excelente vista y una disposición que hacía que nadie, desde afuera, pueda verme.
Pasé la tarde entera en la soledad de la terraza, sentada en el suelo leyendo. Un examen me esperaba a la vuelta de las vacaciones.
El sol se volvió cálido, entibió mis piernas. Dejé los lentes en el suelo, estiré el cuello y me distraje mirando mis manos. Se veían olvidadas. Saqué de mi mochila un esmalte rojo y me ocupé de remediar tal abandono.
El sol se volvió cálido, entibió mis piernas. Dejé los lentes en el suelo, estiré el cuello y me distraje mirando mis manos. Se veían olvidadas. Saqué de mi mochila un esmalte rojo y me ocupé de remediar tal abandono.
Pintaba mis uñas cuando él subió a leer. Se sentó en el sillón frente a mí, se acomodó y abrió su libro. No fue difícil simular que seguía sola, mirarlo sin mirar. Inició su lectura sin advertirme. Tenía en sus manos un libro intrigante, de tapas verdes enteladas, un libro grueso del tipo de los que huelen "a libro viejo".
Se opacaba el brillo de la tarde y no era fácil ser precisa con el pequeño pincel del esmalte. Pensé que el señor tendría ya, la vista cansada. Lo miré. Vi que estaba distraído. Su mirada abandonaba las páginas para espiar mi escote, para asomarse tras los primeros botones desabrochados de mi camisa, luego volver al libro, recorrer mis piernas, leer un poco más. Lectura, pies descalzos, algunas letras... Pasados varios minutos, él ya había abierto y cerrado el libro cinco veces.
Era un hombre grande. Tenía un cuerpo fuerte. Hombros amplios y angulosos. Las manos sostenían el libro con firmeza. Los dedos pasaban las hojas y eran largos, minuciosos.
El sol bajaba rápido y el naranja se esfumaba. El viento hacía lo suyo. Él ya no leía. Cruzó sus piernas, cruzó los dedos sobre su regazo y se abocó, insolente, a mirarme. Me gustaba que lo haga. Pensé muchas cosas. Pensé en desabrochar un botón más de mi camisa. Pensé en recoger mi pelo, en dejarme mirar, en dejarlo ver otras partes de mi piel, en quitar el libro que estaba sobre sus piernas y tomar su lugar. Pensé en pedirle que me bese, que ponga mi pecho contra la pared. Pensé y pensé.
No se que habrá pasado por su cabeza durante ese intenso silencio.
Me puse de pié, junté mis cosas desparramadas por el suelo, y bajé a mi habitación. Debía terminar de leer.
entrar para leer así, es como venir y pedir que me torturen despacio; creo que está muy bien escrito, o tiene un ritmo que te envuelve, no lo sé, no soy crítico literario... pero algo tiene que te hace ver con mucha nitidez las imágenes que describes, enhorabuena. bss
ResponderEliminarTorturas piadosas...
Eliminar¡GRACIAS CHI!
¡Y deja de abreviar los besos eh!
Besos! con e y o! =*
Lástima de final.
ResponderEliminarPor un momento los imaginé jadeando como perros...
Besos.
Mmmmmm ¡vos tenés más imaginación que los protagonistas! ¿Habrán jadeado como perros, quizás... en un final privado, lejos de todos los ojos que espiábamos la terraza?
EliminarGracias Toro, y muchos besos.
Es que la mayor parte de las aventuras que uno protagoniza ocurre dentro de la cabeza. Y así debe ser. Si no, no habría tiempo de leer nada.
ResponderEliminarMuy bellos pensamientos los suyos.
Un saludo.
La lectura es la lectura. Sí señor. =)
EliminarMe alegra que le gusten mis pensamientos.
¡Saludo!
a mi me interesaría mucho saber qué era lo que estaba leyendo usted. Je
ResponderEliminar"Propuestas para una antropología argentina", Garriga.
Eliminary una cosa mas, es verdad lo del ritmo envolvente y es verdad que tendría que hacer algo con ello y es verdad que los imagine jadeando y es verdad que la mayor parte de las aventuras se protagonizan dentro de la cabeza y es verdad que a mi me interesaria,,,
ResponderEliminar=D
Eliminary es verdad que agradezco su paso por mi blog, Garriga el del Mandala
Gracias y besos
Ay, la creatividad.
ResponderEliminarAy, tanto libera como, a veces, tortura...
EliminarUn honor Alabama, tenerlo aquí. GRACIAS
Un abrazo
Corina:
ResponderEliminarBien dicen que a la oportunidad hay que machacarla en caliente, como al hierro.
Leería rápido, quizás, pero eso era lo único veloz en ese hombre.
Es bastante probable que haya ido a la librería a comprar un ejemplar de "Cómo seducir a una bañista de sol". Lo terminará de leer al iniciar el invierno...
Muy buen relato, deja la acción en suspenso, a la espera de lo que no parece vaya a suceder.
Un gran abrazo.
Eso mismo Arturo. A la oportunidad hay que subirse como a un tren o saludarla mientras se va.
EliminarGRACIAS por estar =)
¡Un beso grande!
Es verdad que se esperaba otro final, pero éste es más real, nos gusta más imaginar que llevar a cabo nuestras fantasías.
ResponderEliminarUn beso.
P.D: borré sin querer parte de tu comentario en mi blog, lo siento... Eres muy bienvenida a dejar otro.
La imaginación puede ser tan... perfecta, que si por ella fuera nos daría siempre los mejores finales, pero la realidad es así de cruel... y más si es víspera de exámenes...
EliminarPD: Ya nos hemos encargado de "la borrada" ;)
Gracias por la bienvenida Jon. Vos también sos bienvenido aquí.
Un beso grande!
Esas cabecitas pensantes....buen relato. Un beso!
ResponderEliminarVamos CASLA!!
"Esss suna cosssa de locos" Diría el Bambi
EliminarGRACIAS Dany =)
Muchos besos
¡Y vamos CASLA!